¿Cómo es posible que la muerte, el miedo, la locura estén tan íntimamente ligados al paisaje? De eso hablan algunas de las piezas que Santiago Mayo, un artista gallego nacido en 1965, ha expuesto en importantes galerías e instituciones españolas como la Galería Magda Bellotti o el CGAC de Santiago de Compostela.
En la obra de Santiago Mayo, uno se encuentra una sensibilidad muy personal, muy característica. Unas piezas rodeadas por un aura andrajosa, pero me permito decir que, a la vez, mágica. De alguna manera lo es. Eso sí, la conexión con su obra depende en gran medida de la percha que tenga el espectador. Es fácil conectar con los objetos-paisaje si existe una predisposición cómplice detrás de los ojos. Ese aspecto pobre, casi podría decirse que cutre, nos habla de una posición ética, no solo sensible, hacia un tipo de materiales que no suelen ser comunes en el espacio artístico. Y su pequeño tamaño, que no es habitual en el arte contemporáneo, requiere de una mirada cercana, casi íntima. Es necesario descubrir las texturas, los pliegues, en definitiva comulgar con ellas de una forma diferente a la que está acostumbrado el espectador promedio. Supongo que no es necesario decir que no se trata de un arte espectacular, monumental, que jerarquiza a la obra por encima del espectador. Más bien, lo que parece que Santiago Mayo espera es una relación de tú a tú, pausada, que invite al diálogo y no a la contemplación.
Pequeños paisajes, que atrapan el tiempo reconstruido en un diminuto formato. Están a la espera, a la espera de una presencia que les de sentido, llenos de sabiduría, de complicidad, reposados en unas bonitas peanas.
Desde luego, resulta amable descubrir que la poesía existe, independientemente de los materiales que la den a luz, dentro de las mismas cabezas que muchas veces rozan el absurdo. Es esperanzador que todavía exista la rebeldía, y que exista embadurnada de sutileza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario